El perro negro

El perro negro

En la comuna de Curacautín, camino a Bella Vista, estaba el Fundo Rapako (agua
gredosa), donde había un Hualle grande, que se encontraba ubicado entre zarzas
y quilas, salía en las noches oscura y también en luna llena, un perro negro que le
brotaban chispas por los ojos. Que se acercaba y amenazando a las personas que
pasaban por esas solas en la noche. Incluso a las personas que andaban en
caballo, lograba asustar a esas bestias, botando a los jinetes que quedaban
aturdidos o mal heridos en algunos casos. Fue tanto el temor que sembró el perro
negro, que ya casi nadie quería pasar por ese lugar.
Un buen día llegó al lugar un hombre que trabajaba de Caminero, era bien
conocido por su porte y porque siempre anda trayendo un cuchillo al cinto, una
bolsita con tabaco y un pañuelo al cuello. Tenía una mirada penetrante y fama de
buen jugador de naipe. Era generoso con el dinero, siempre invitaba a sus
camaradas a tomarse unas copitas, y le gustaba contar historias de los mineros
del norte de Chile.
Este hombre una noche oscura venía del pueblo un poquito “entonado” (con unos
tragos de más en el cuerpo), cuando iba pasando por el Hualle grande le sale el
perro negro. Era enorme, cuenta que mientras más se acercaba, más se
agrandaba. El Caminero se asustó un poco, pero como no le tenía miedo a nada,
sacó su lazo y lo laceó, pero el perro tiró con mucha fuerza y lo botó del caballo,
arrastrándolo por la tierra y el pasto, hasta que perdió el sentido. Cuando recobró
el conocimiento, ya amanecía y se trató de parar, pero le dolía todo el cuerpo y
sentía como si alguien lo hubiera apaleado. Busco su caballo, pero no estaba por
ninguna parte. Luego trató de endilgar sus pasos hacia el caserío, cuando… divisó
a su caballo que estaba pastando tranquilamente ¡palomo, ven a buscarme! le
gritó, y el caballo se acercó mansamente. Lo montó y se fue a tranco largo hacia
las casas, pensando volver para darle su merecido al perro negro o a quién fuera
por lo que le ocurrió. Se juró a sí mismo que con su cuchillo daría muerte al
responsable.
En el campamento todos estaban preocupados por el Caminero, pues nunca se
quedaba la noche afuera, cuando de repente apareció todo machucado y pálido.
Sus camaradas le sirvieron un valdiviano y cuando recuperó el aliento les contó lo
que le había sucedido. Ninguno dijo nada ya que a todos les había salido el
famoso perro negro asustándolos y dejándolos sin aliento. El Caminero les pidió
ayuda y les ofreció comprar unas cuantas chuicas de vino con tal que lo
acompañaran a hacerle la guardia el maldito perro negro para darle muerte. Todos
lo apoyaron y se comprometieron llevar sus palas, chuzos, azadones y algunas
escopetas, como también sus propios perros para poder acorralarlo y cazarlo.

Un sábado por la noche, decidieron ir por la bestia, llegaron como 15 hombres, era
una noche oscura, ya que la luna salió más tarde. Durante la espera empezaron a
sentir frío y destaparon una chuica de vino tinto y la fueron vaciando lentamente.
¡Sirvámonos un trago más antes que llegue el malulo! Y así hasta que terminaron
la segunda chuica, cuando se estaban quedando dormidos, de repente se sintió
un ruido como cuando va a explotar el volcán, y comenzaron a ladrar los perros.
De un salto todos se pararon y agarraron sus armas y empezaron a dar golpes a
los perros. La zalagarda duró poco y cuando todo se calmó, no había quedado un
solo perro vivo, todos estaban muertos y con el tripal afuera.
Nadie entendía nada, por lo que se preguntaban unos a otros:
-¿Dónde esta el perro negro?-

  • Por ninguna parte está-
    -No pudo haberse escapado.
    -¡Esto no puede ser… nos ha engañado y burlado!
    -Pero ¡vamos a regresar lo más pronto posible, hasta que lo matemos bien
    matado! Se decían…
    Todos los hombres regresaron al campamento, sólo que el Caminero se quedó
    buscando. Buscando y mirando el lugar en dónde lo había botado su caballo,
    cuando de repente divisó la huasca que estaba amarrada al lazo y cuál sería su
    sorpresa, cuando la fue a recoger, el lazo estaba enterrado, trató de tirarlo pero no
    pudo sacarlo. Como ya estaba amaneciendo, pasó por allí un carretero, quien le
    prestó una pala y se puso a sacar la tierra y el lazo seguía enterrado, siguió
    paleando hasta que encontró la armada del lazo que estaba enlazado a un cántaro
    de greda lleno de monedas de oro.
    El Caminero ya no regresó al campamento, le dio las gracias al carretero y le
    devolvió la pala y desapareció del lugar. Toda la gente comentó después que el
    perro negro había vuelto y lo habría matado o bien que el demonio se lo llevó en
    cuerpo y alma para el infierno. Pero la verdad era distinta, el Caminero con la
    fortuna que encontró en el entierro volvió a su tierra del norte y se dedicó a buscar
    metales en el desierto de Chile.

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