La siguiente historia la escuché muchas veces cuando niña, narrada por mis abuelos y mis padres:

Hace muchos años atrás, más menos en la década de 1920 a 1930, llegó a tierras del pueblo de Arauco un extranjero, se llamaba Carlos, con el propósito de quedarse a vivir allí. Empezó a comprar pedazos de tierras a los mapuches. Este señor se hizo amigo de las autoridades del pueblo: el gobernador, el juez, el alcalde, el jefe de Carabineros, etc. Para convencer a los mapuches de la venta de sus tierras, les pasaba pipas de aguardiente y barriles de vino de mala calidad, y en estado de ebriedad, les hacía firmar un papel notarial, donde se especificaba las VARAS (1) de tierra que compraba en Curaquilla.

Los mapuches no sabían de medidas, pero sí, el extranjero y sus amigos, las autoridades del pueblo, pero no importó, porque él quería a toda costa poseer esas tierras; pero se encontró con un gran problema: los Traipes, hombres sabios, mapuches que amaban su tierra, no aceptaron cambiarla ni venderla…

Entonces este “gringo” empezó hábilmente a comprar las tierras que circundaban las tierras de los Traipes, hasta encerrarlos, no permitiéndoles la salida ni entrada a ellos ni de sus animales. Y cuando los Traipes “osaban” salir de sus tierras, al camino real, eran amenazados con balas, con perros, por el “gringo” y sus trabajadores.

Un buen día salió una orden del juzgado de Arauco para desalojar a estas personas, porque los “indios” estaban alterando el orden público. Llegó Carabineros con la orden de desalojo y los mapuches fueron sacados de sus tierras y los dejaron a orillas del mar de Curaquilla. Los Carabineros, como todo ser humano, de “buen piuque” (2) estaban conmocionados ante tal injusticia, pero tenían que cumplir las órdenes dadas por sus superiores.

Este acto de injusticia fue en época estival, porque los sembrados estaban listos para ser cosechados, ellos quedaron, pero Los Traipes, marido y mujer, se fueron a llorar su pena a orillas del mar, sin comida, sin agua, hasta que murieron de hambre, de sed y e insolación.

Esta historia la supo todo el pueblo de Arauco y sus alrededores, nadie dijo nada, agacharon la cabeza frente al extranjero, porque: “es un hombre con conocimiento y le va a sacar mucho provecho a la tierra, no como estos indios flojos, que solo siembran….” Así decían.

Para los Traipes no hubo justicia, ningún letrado, ningún político los defendió, ni siquiera el cura tuvo un acto de conmiseración hacia sus hermanos mapuches….

Desde ese entonces, cuando iba a llover en Curaquilla y el mar empezaba a rugir, mis abuelos, gente mayor y vecinos decían: ‘tan llorando los Traipes. Mañana de seguro que va a ver lluvia…”

Doy fe de haber escuchado esta historia de boca de mis abuelos don Alfredo Barrales Conejeros, doña. Elisea Alé Alveal y de mis padres, doña Andrea Barrales Alé y don Avelino Gutiérrez Venegas. (q.e.p.d.)


(1)= La vara era una unidad de longitud española antigua. La vara castellana, o de Burgos, medía 0,8350  m, y estaba dividida en dos codos, tres pies o cuatro palmos.[ ]Sirve de base para la medición de área conocida como manzana equivalente a 10.000 varas cuadradas

(2)= corazón

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